En el año 2067, la humanidad finalmente alcanzó su mayor hito: aterrizar en Marte. El mundo observó con asombro cómo el primer grupo de astronautas, los mejores y más brillantes de las agencias espaciales de la Tierra, descendían sobre la superficie del Planeta Rojo. La misión se había estado preparando durante años, respaldada por tecnología de vanguardia y los esfuerzos colectivos de científicos e ingenieros de todo el mundo.
Sin embargo, cuando aterrizaron en Marte, no tenían idea de que no eran los primeros seres inteligentes en llegar. Los atlantes los habían estado esperando.
El aterrizaje
El aterrizaje se desarrolló sin problemas, en lo que respecta a las misiones espaciales. La comandante Sarah Hale dirigió a su tripulación (el astrogeólogo Dr. Marcus Reed, la bióloga Dra. Elena Novak y el ingeniero de sistemas Jake Patterson) con precisión y confianza. Su misión era establecer una base, realizar estudios geológicos y buscar señales de vida pasada. Todo parecía rutinario cuando instalaron su equipo y comenzaron la exploración.
El terreno oxidado de Marte se extendía ante ellos, un páramo desolado de rocas, tormentas de polvo y un silencio frío. Los astronautas se maravillaron ante la vista, pero el vasto vacío los desconcertó. Estaba casi demasiado quieto, como si el planeta estuviera conteniendo la respiración.
Las primeras señales
Durante los primeros días, los astronautas comenzaron a notar anomalías. Marcus detectó extraños pulsos magnéticos que provenían de debajo de la superficie, algo que no se esperaba del débil campo magnético de Marte. Elena encontró organismos microscópicos en las muestras de suelo que desafiaban la biología conocida: formas de vida diminutas y resistentes que no se parecían a ninguna bacteria o arquea de la Tierra.
Luego estaban las estructuras. Lo que inicialmente creyeron que eran formaciones rocosas naturales comenzaron a parecer inquietantemente artificiales al inspeccionarlas más de cerca:
paredes perfectamente simétricas, grabados extraños y cavidades en forma de túnel que conducían a las profundidades subterráneas. Cuanto más exploraban, más se daban cuenta de que no estaban solos.
La llegada de los atlantes
Una noche, mientras el equipo se preparaba para descansar después de un largo día de exploración, el suelo tembló. Un débil estruendo resonó en el módulo de su hábitat y las luces parpadearon. Al principio, pensaron que se trataba de un terremoto marciano, pero la fuente de la perturbación era algo mucho más sorprendente. Una enorme puerta metálica, previamente oculta bajo la arena marciana, comenzó a abrirse, revelando un pasadizo que conducía al núcleo del planeta.
De las sombras de esta antigua puerta emergieron altas figuras humanoides. Su piel brillaba con un tono plateado azulado y sus ojos brillaban débilmente en la penumbra. Llevaban una intrincada y luminosa armadura que parecía moverse y cambiar como un líquido. Los astronautas se quedaron congelados en el lugar, inseguros de si sentir asombro o terror.
Uno de los seres dio un paso adelante y habló, no a través del sonido sino directamente a sus mentes. “Bienvenidos a Marte. Los estábamos esperando”.
La civilización atlante perdida
Los astronautas pronto descubrieron la verdad que había estado oculta a la humanidad durante milenios. Estos seres eran los últimos vestigios de los atlantes, una civilización muy avanzada que alguna vez prosperó en la Tierra antes de desaparecer sin dejar rastro. Su historia fue una de tragedia y supervivencia. Hace miles de años, cuando el imperio atlante colapsó debido a una catástrofe ambiental y un conflicto interno, los últimos de sus habitantes huyeron a Marte, utilizando su tecnología avanzada para escapar de la destrucción de la Tierra.
Marte, en ese momento, había sido más hospitalario, con una atmósfera delgada y agua líquida. Los atlantes construyeron enormes ciudades subterráneas, protegidas de las duras condiciones de la superficie del planeta, y continuaron su existencia en secreto, aislados de su antiguo hogar. A lo largo de los siglos, se adaptaron al entorno de Marte, volviéndose más en sintonía con las condiciones únicas del planeta, y su tecnología evolucionó mucho más allá de todo lo que la humanidad había logrado.
Habían estado monitoreando el desarrollo de la Tierra, observando el ascenso y la caída de la humanidad a través de los siglos, esperando el día en que los humanos finalmente vinieran a buscarlos.
Una elección difícil
Mientras los astronautas procesaban la magnitud de su descubrimiento, los atlantes revelaron el verdadero propósito de su espera. Marte se estaba muriendo, sus recursos estaban disminuyendo, e incluso la tecnología avanzada de los atlantes no podría salvarlo por mucho más tiempo. Habían estado esperando el contacto con los humanos, para colaborar y encontrar una solución para ambas civilizaciones. Pero había un problema.
Los atlantes habían desarrollado una tecnología que podía terraformar planetas, restaurando la atmósfera y las condiciones de la superficie de Marte a un estado habitable. Sin embargo, este proceso requería cantidades masivas de energía y recursos, recursos que solo se podían encontrar en la Tierra. Para salvar a Marte, los atlantes necesitarían drenar una cantidad significativa de energía del núcleo de la Tierra, lo que causaría consecuencias devastadoras para el ecosistema del planeta y su gente.
La comandante Hale y su equipo se enfrentaron a una decisión imposible. ¿Deberían ayudar a los atlantes a salvar su civilización moribunda a expensas de su propio mundo? ¿O negarse, sabiendo que Marte eventualmente se volvería inhóspito?